jueves, 3 de enero de 2008

Los albores del periodo Edo


Estoy disfrutando con la lectura de un libro apasionante titulado “Hidalgos y samurais, España y Japón en los siglos XVI y XVII” de Juan Gil y editado en la colección “Alianza Universidad” por Alianza Editorial,S.A., Madrid 1991

Uno de los relatos que describen maravillosamente el Japón de la época siendo una fuente directa de las costumbres y forma de ser de las distintas clases de “japones” consta en la copia de la relación que envió Sebastián Vizcaino al Virrey de Nueva España del viaje que hizo a este pais y citada en el capítulo 2º de la carta de guerra, Filipinas y Japón, de 8 de febrero de 1614.

Por su evidente valor histórico, he creído interesante transcribir aquí una parte del Capítulo Décimo, conservando el lenguaje original (con alguna anotación mía)y considerándolo como una aportación directa a este post por el “forero” Sebastián Vizcaino:

“Con particular cuidado fui teniendo atención y informándome del modo de gobierno del reino y otras cosas d’él en esta manera.

En él no ay cossa fija ninguna ni segura de parte del emperador (se refiere a Tokugawa Ieyasu) ni señores, porque los demás posehen sus títulos por vía de tiranía, y el que más puede más alcanza. Y en muriendo el emperador (Ieyasu) abrá muy grandes guerras, ansí de parte del hijo del Taico (se sefiere a Hideyori, el hijo legítimo y heredero del “Taico” Toyotomi Hideyoshi) y de otros pretenssores. Y los soldados no desean otra cosa , que con la nueba paz que a avido mueren de ambre. Es gente muy afiçionada a las armas, de tal manera que, antes que el niño se destete, le ciñen la catana. No tienen lealtad padres a hijos en materia de interés.

Obedeçen a sus superiores por miedo y no por amor, porque se executa con grande rigor las leyes que tienen, aunque gentiles, porque de otro modo no se pudiera governar por la multitud de la gente que ay. Y así, en cometiendo, luego se executa el castigo, desde el mayor al menor, sin moverle interés, a que tan cubdiçiosos son, ni favores, que el menor delito que pueden hazer es meter mano a una catana, y tiene pena de muerte, y cualquier soldado del emperador (Tokugawa Ieyasu) y príncipe (Tokugawa Hidetada, hijo de Ieyasu) lo puede ejecutar; y si urta diez maravedís, lo cortan; y si en cossa menuda, le cortan los dedos, y conforme a esto lo demás.
Los cavalleros (daimyo, samurai,etc.) proceden con buenos respetos, aunque con mucha banidad y locura y presinçión, con estimaçión de linajes y armas; y hazen tanta estimación, digo ostentación, que aunque tienen muchas rentas, siempre están empeñados por lo que dicho tengo y por lo del emperador. La gente común es muy mala y de más ruín trato que debe de aver en el mundo; no queriendo encarezerlo más, benden los hijos y mugeres por dineros. Los labradores están muy sujetos, porque, de diez sacos de arroz que cojen, los siete son del emperador o señor (daimyo), y de la çevada y demás semillas las cuatro partes.

Los dioses que adoran son cames (kami) y fotoques. Los cames son a quien piden las cossas temporales, y los fotoques a quien piden salvaçión. Unos dizen que ay, otros dizen que no, que la gloria es ser un hombre rico gentilhombre, pribar y mandar, sustentar grande fausto y tener muchas mugeres y buenas; y al contrario, el infierno ser un pobre lisiado enfermo y no tener muger, aborreçido y, sobre todo, proveça y vejez. Los saçerdotes que tienen son sin numero, y no tienen renta. Y assí, cuando hazen algunos banquetes, sirven de coçineros. No son cassados ni tratan con muger; pena de la vida. Tiene cada uno un muchacho con quien duerme, que esto es general.

En el imperio lo que más ay que estimar es el modo de la guerra, que sin hazer alvoroto el emperador, queriendo hazer gente, dentro de veinte dias junta a más de çien millones, todos armados y con bastimento, porque los reyes y señores del imperio y todos y cada uno está obligado a tener en su casa tantos soldados armados conforme a la renta que tienen, y los a de dar en la parte donde se les mandare a su costa y con vituallas sin darle cossa alguna. Y en el casso que el general no lo haga y se sepa, lo cortan (a golpes de katana) y quitan toda la renta a él y a sus descendientes.



No hay bagamundos ni hombres sin offiçio, porque luego se save de qué vive; y no puede estar más de tres días en un lugar; y allándolo sin offiçio ni amo lo cortan (lo pasan por la katana) porque dizen que estos son los que hazen urtos. No ay rufianes porque las mugeres no tienen amor sino al dinero. ¡Dios lo remedie y dé su salvaçión y a nosotros gloria!

Todos los hombres y mugeres leen, escriven y cuentan, y son tan ágiles en materia de trato y contrato que no ay judíos como ellos, y tan delicados, que pareze que Dios les da a esta mala gente lo que piden a su voluntad, pues no saven qué es peste ni enfermedad, ni la a avido. En general no tienen necesidad de médicos ni barberos. Todo es entre ellos, así grandes comop pequeños, justas, convites y borracheras, que el más del tiempo del año lo están, y más los señores y sacerdortes, y todos ban a la vida buena”

El relato impresionista de Sebastián Vizcaino debe leerse con atención pues, aunque real y ajustado a sus sentimientos, es también interesado. A pesar de ello refleja una realidad única en el plano social de un momento histórico del Japón que consistió en la transición de un país en guerra constante a un país en calma. De unos querreros (bushi) que luchaban en los campos de batalla, a unos guerreros (samurai) que fueron perdiendo el “instinto” guerrero y precisaron de afirmaciones acerca de su identidad tales como las contenidas en el Bushido.
(Este escrito lo publiqué en AIKI FORO ESPAÑA el pasado año y me ha parecido interesante colgarlo en este blog.)

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